Sábado, 21 de abril de 2018. María Reina


Tenemos una misión compartida. ¿Por qué decimos que es actual el carisma vicenciano?San Vicente consideraba (como el Papa Francisco) que hay que salir a la periferia. La Iglesia debe estar en salida, a la búsqueda de los abandonados. Como familia, debemos crecer juntos, planificar juntos, orar juntos, “tocándonos”, igual que fue “tocado” San Vicente. ¿Estamos viviendo esta salida? Si la respuesta es “no”, ¿qué deberíamos hacer para cambiarlo? Si la respuesta es “sí”, ¿hacia dónde vamos? ¿Con quiénes estamos en salida? La periferia, ¿es un lugar? Quizá no, necesariamente. Periferia es donde está la necesidad, donde están los marginados de hoy, los diferentes. Tres simpáticos vídeos relativos al trabajo en equipo sirvieron de ejemplo de la efectividad del trabajo organizado. La caridad también debe ser así, organizada, en el espíritu de Chatillon, en lucha constante contra las causas de la pobreza, superando los obstáculos que impidan llegar a la meta.
Unidos somos capaces de conseguir grandes cambios. Organización significa visión, pasión, entrega, disposición, compromiso, estrategia, proactividad, sinergia, creatividad… ¿Cómo son nuestras organizaciones? ¿Más voluntariosas que asentadas en la realidad?Seguidamente trabajamos cuatro fragmentos de la película de San Vicente de Paúl, a las que fuimos invitados a poner título. Este fue el resultado: “Generosidad de los pobres”, “La realidad ignorada”, “Reconocer y respetar la libertad” y “Los refugiados”. En el siguiente bloque analizamos la situación de los pobres de hoy, si su realidad ha ido cambiando según la época. ¿Tenemos experiencia de la generosidad de los pobres? ¿Somos conscientes de su sufrimiento?
¿Cómo conjugamos el servicio a los pobres con su propia libertad? Hoy en día, los pobres de San Vicente quizá son los refugiados que huyen de la guerra y llaman a nuestra puerta. Son todos aquellos a los que no se ha dado una oportunidad. Deberíamos trabajar por la igualdad, que significa que sean respetados los derechos de todos, para poder avanzar.
Otro de los temas tratados fue el de la promoción de la mujer, aspecto en el que San Vicente trabajó particularmente, con la colaboración de Santa Luisa de Marillac.
Visionamos un vídeo dedicado a la labor que se realiza en un Centro de Atención a la Mujer, como víctima de la violencia de género. Y contamos con el conmovedor testimonio de Maribel, que desarrolla una inestimable labor en favor de las mujeres maltratadas, en el Centro de Acogida “Llar de Pau”, con casos de extrema exclusión social.
Nos habló de mujeres que tenían una vida, un trabajo, que, por razones diversas, lo han perdido todo, incluso su dignidad. El trabajo que se hace en el centro es ayudar a estar personas a recuperar su vida, respetando en todo momento su libertad y sus opciones, aunque a veces no sean las que desearíamos, cosa que, en ocasiones, resulta muy duro de sobrellevar, pues puede llevarnos a pensar que el esfuerzo que se dedica cae en saco roto. Recordamos que la labor de la familia vicenciana tiene que estar impregnada de amor, pues los pobres son susceptibles y exigentes. “Sólo por tu amor te perdonarán los pobres el pan que tú les das”.


Todos tenemos una vocación, no sólo sacerdotes y consagrados. Todos estamos llamados a una misión, desde nuestro Bautismo. Pero debe ser una decisión libre y voluntaria, resistiendo a la tentación de considerarnos los mejores, un grupo cerrado, o bien considerar que todos pensamos igual, banalizando las opciones de cada cual. Existe una gran diversidad, tenemos una misión compartida, en estrecha colaboración. Identificarse con el carisma es trabajo personal de consagrados y laicos, considerándolo no un problema de difícil solución, sino como una oportunidad. Finalizó la dinámica un tercer testimonio, el de Miguel Ángel, que explicó su experiencia a través de su trabajo, cómo le ha hecho sentirse Iglesia.
Concluida la dinámica, compartimos mesa todos los asistentes, más de 100 personas.
La Jornada terminó con la celebración fraterna de la Eucaristía.






Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa. (Bécquer)
No sé si viene a cuento este fragmento de Bécquer para el tema que me ocupa; de todas maneras creo que es oportuno.
Cuando en el transcurso de una charla abrimos los ojos ante algo nuevo, es que alguna fibra ha quedado tocada. Ha ocurrido, tal vez, que se nos han dicho cosas cuya novedad nos ha sorprendido gratamente o que hemos encontrado una luz donde rondaba la penumbra.

e todo con el amor apasionado.
Quisiera ser fiel al eco que dejó su conferencia en el marco de la Segunda Jornada de la Familia Vicenciana que tuvo lugar en el recinto de “María Reina”, de las Hijas de la Caridad, el día 18 de este mes de Marzo de 2017. Me gustaría no alejarme del sentir de los más de 120 miembros de todas las ramas de la familia vicenciana allí reunidos.

Pero este joven sacerdote, con sus luces y penumbras vocacionales (nunca sombras), no era el soñado por Dios… su recipiente de barro no estaba lo suficientemente horneado para recibir el CARISMA que sería un don para la Iglesia. Le tocaría en suerte un camino de cruz sembrado de calumnias, de dudas de fe, de interpretaciones malintencionadas. Hubo de experimentar la inseguridad de la esclavitud para entender la cruda realidad de los esclavos de Túnez y Argel; pasó también por la escuela de la pobreza real en una pensión maltrecha física y moralmente, donde empezó a “saber quiénes eran los pobres de verdad”.
Y Dios le salió al paso; no podía ser de otra manera… Su sacerdocio tendría que purificarse pisando parroquias derruidas y faltas de pastores dignos. La cura de almas sería la medicina adecuada para despejar las dudas de fe; para conocer de lleno el valor de su consagración sacerdotal; para comprender que “no podría dormir tranquilo viendo como el pueblo se moría de hambre de Dios y de pan”.
Sólo un hombre curtido en la humildad y en un horado trabajo pastoral, pudo llegar a ser “el padre de los pobres”; el regenerador del clero; el inspirador de una gran familia enraizada y nutrida en el corazón del Evangelio que es la Caridad.
No, no fue Vicente de Paúl un ángel bajado del cielo. Su frágil barro, como el de todos nosotros se dejó moldear por el Alfarero. Implica un gran esfuerzo personal para acoger la GRACIA cuando le salió al paso. Por eso no tuvo remilgos en confesar una y mil veces que no siempre anduvo recto por los caminos de Dios; por eso supo que con su ayuda todo era posible; por eso entendió la flaqueza humana en los pobres y en los miembros de las Comunidades por él fundadas
La mañana se nos fue en vivir la convicción que es la hora de coger las arpas medio empolvadas para sacar de sus cuerdas las mejores melodías de la Caridad… La Iglesia espera de la Asociación Internacional de Caridad (AIC) el ardor caritativo creado en Chatillón; de la Congregación de la Misión, el celo misionero de sus orígenes nacido en Folleville; de la Hijas de la Caridad, el servicio esforzado y humilde a sus señores los pobres; de la Sociedad de San Vicente de Paúl, el arrojo e intrepidez de Ozanan y Sor Rosalía Rendu; de las Congregaciones Marianas (AMM y JMV), el amor a María como camino que aproxima a Dios y a los hermanos.
Y tras el alimento intelectual, histórico y agradecido, llegó el momento de compartir el alimento corporal; tiempo, también, de estrechar nuestros lazos familiares mediante el diálogo y la conversación distendida y la sobremesa y paseo dejándonos acariciar por el Sol.

Fueron ellos, los más pobres, quienes elaboraron con sus manos, el sencillo símbolo que se repartió a todos los participantes en la Jornada: una vela, adornada por hilos de colores, como los del círculo del logo de nuestro año jubilar, y la oración por los 400 años del Carisma. Con esa luz y con esa oración, nos sentíamos enviados a seguir respondiendo a las pobrezas de nuestro mundo según el ejemplo de Vicente de Paúl.
Sor Rosa Mendoza, Hija de la Caridad


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